No hubo récord, pero fue un año (razonablemente) seguro para viajar en avión

La aviación comercial cierra 2018, año en el que volaron 4.300 millones de personas, con 556 fallecidos en 15 accidentes.

No fue posible mantener el récord de 2017. Ese año fue el mejor de la historia de la aviación civil, pues nadie falleció en accidente aéreo a bordo de un avión comercial de pasajeros, algo que no se ha podido reeditar en el año que acabamos de dejar. Las estadísticas de Aviation Safety Network indican que en 2018 fallecieron 556 personas en 15 accidentes de vuelos comerciales.

Cualquier cifra que involucre accidentes o personas fallecidas nunca es buena. Aun así, 2018 ya puede considerarse como el tercer año más seguro de la trayectoria histórica de la aviación comercial.

Teniendo en cuenta que el trafico aéreo mundial de 2018 sumó algo más de 37.800.000 vuelos, la tasa de accidentes con fallecidos se quedó en uno de cada dos millones y medio de vuelos operados y a eso hay que añadir el incremento exponencial que ha tenido el sector en los últimos años: en 2014, año en que coincidieron dos accidentes tan extraños como sonados sufridos por Malaysian Airlines, el MH370 desaparecido en el índico y el MH17 derribado en Ucrania, volaron en todo el mundo 3.300 millones de pasajeros.

Tan solo cuatro años después, en 2018 esa cifra se incrementó en mil millones más, hasta los 4.300 millones de viajeros aéreos. El resumen de lo anterior es simple: la aviación sigue siendo un transporte más que seguro y esta seguridad crece muy por encima de su numero de usuarios. 

El primer accidente mortal del año pasado se produjo el 11 de febrero y fue el de un Antonov 148, avión de nueva generación y fabricación ruso-ucraniana. Se estrelló cerca de Stepanovskoye, Rusia, por discrepancias en las lecturas de los instrumentos por parte de los pilotos. Estos no habían activado en sistema de deshielo de los indicadores externos de los parámetros, lo que desembocó en una pérdida de control del aparato y la muerte de los 71 ocupantes de un birreactor que dejó de fabricarse por las desavenencias políticas y territoriales entre los dos países encargados de su producción.

El segundo accidente mortal del año sucedió siete días más tarde: un veterano turbohélice franco-italiano ATR 72 se estrelló realizando un vuelo interno en Irán, con el resultado de 66 fallecidos entre tripulantes y pasajeros. Esto evidenció nuevamente que la República Islámica de Irán necesita una profunda renovación de su flota aérea comercial, algo que empezó a hacerse tras el levantamiento de sanciones por el acuerdo nuclear, aunque la llegada de Donald Trump al poder ha frenado en seco con la aplicación de nuevos paquetes de sanciones a este país, que han dado de lleno en la linea de flotación de su sector aeronáutico.

Casi un mes después, el 12 de marzo, otro turbohélice, esta vez de fabricación canadiense y operado por una compañía de Bangladesh, la US-Bangla Airlines, tuvo un grave accidente aterrizando en Katmandú, Nepal, en el que fallecieron 51 de sus 71 ocupantes.

Los más graves

Los peores accidentes del año los protagonizaron sendos Boeing 737 en lugares tan apartados como Cuba e Indonesia. El de Cuba, segundo accidente más grave del año, sucedió el 18 de mayo cuando un veteranísimo B-737 de la serie 200 con casi 39 años de servicio cayó casi a plomo tras despegar desde el aeropuerto de La Habana. En el avión viajaban 113 personas entre tripulación y pasaje, de las que fallecieron 110 al instante, aunque finalmente solo uno de los supervivientes salió adelante en el hospital, con lo que el accidente se saldó con 112 muertos de diferentes nacionalidades, entre ellos la tripulación mexicana del aparato.

Aunque el vuelo era comercialmente de Cubana de Aviación, el viejo reactor era propiedad de una sociedad domiciliada en México con un historial comercial y de seguridad poco halagüeño, que demuestra la precariedad en la que se sigue moviendo la aviación comercial cubana, que a falta de piezas, tripulaciones y aparatos propios en condiciones de vuelo, tiene que recurrir a terceros para mantener su actividad, unos terceros que no son siempre los mejores socios.

El accidente más grave de 2018 lo protagonizó un avión con tan solo tres meses de servicio: otro Boeing 737, aunque en este caso de la serie MAX 8, la novísima generación del fabricante estadounidense para un modelo que lleva fabricándose ininterrumpidamente y con gran éxito comercial desde hace más de medio siglo. La catástrofe aérea ocurrió el pasado 29 de octubre cuando poco después de despegar desde el aeropuerto de Yakarta, capital de Indonesia, el avión de Lion Air acabó cayendo al mar, donde fallecieron sus 189 ocupantes: ocho tripulantes y 181 pasajeros.

Aunque el accidente sigue en investigación, un informe preliminar indica que los pilotos estuvieron luchando contra un sistema automático llamado MCAS, las siglas en inglés de Sistema Aumentado de las Características de Maniobra, que acabaron llevando al avión al hundirse en el mar de Java, en un accidente que ya ha conllevado demandas directas de los familiares de los fallecidos a la misma Boeing, y a su vez la Administración Federal de Aviación (FAA) de los EEUU emitió una directiva de emergencia que catalogó como “inseguros” algunos aspectos del modelo 737 MAX que tienen que revisarse y corregirse.

Del resto de accidentes de 2018, dos implicaron la muerte de 20 pasajeros respectivamente: uno sucedió en agosto en Suiza, cuando un veterano trimotor Junkers 52 fabricado en 1939 y dedicado a vuelos nostálgicos para aficionados a los aviones clásicos se estrelló cerca del pico Segnas, en los Alpes de Glaris, falleciendo las 20 personas que iban a bordo: dos pilotos,un auxiliar de vuelo y 17 viajeros. Un mes después, otro aparato de fabricación checa, un Let 410, se estrelló en Yirol, Sudan del Sur, poco antes de aterrizar.

El aparato pertenecía a una compañía ucraniana que había tenido el avión sin uso durante casi una década y tras una revisión aparentemente a fondo, lo reactivó para volar todo tipo de servicios en el corazón de África, como el vuelo Juba-Yirol del pasado nueve de septiembre en el que fallecieron 20 de sus 23 ocupantes.

El resto de accidentes con fallecidos se movió entre el único fallecido que no pudo salir de un 737 que se hundió en una laguna en Micronesia y acabó ahogándose, el anciano que falleció siete días después de la salida de pista de un Boeing 757 de Fly Jamaica por las heridas producidas durante la evacuación, el tripulante de un viejo Convair 340 que se estrelló en Sudáfrica en su ultimo vuelo panorámico antes de ser trasladado a Europa, los ocho viajeros y dos tripulantes fallecidos en Kenya durante un vuelo nacional rumbo a la capital del país en un monomotor, o el más reciente de todos, sucedido el pasado 20 de diciembre, cuando un Antonov 26 carguero fabricado en Ucrania regresaba a Kinshasa tras transportar a Thsikapa material de todo tipo para las elecciones en República Democrática del Congo. Se estrelló poco antes de aterrizar y fallecieron los siete ocupantes. Fue el ultimo accidente mortal de un avión comercial este 2018. 

Fuente: La Vanguardia

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