¿Cómo viajaban nuestros padres?

¿Cómo viajaban tus padres? Getty Images

Un repaso por las aventuras de los viajeros de los años 80 y 90

Parece que haya pasado un milenio desde que usábamos cámaras de usar y tirar, llevábamos cantimplora orgullosos, gorras de supermercado y mapas de papel…¡ay, qué tiempos aquellos en los que ser turista estaba bien visto!

En cuestión de cuarenta años hemos pasado de viajar en el Seat toda la familia, a no hacer prácticamente ningún viaje con ellos y, hasta marcharnos solas por el mundo y solos por el mundo… pero conectados al móvil, ese nuevo compañero de la generación millenial del que no nos separamos y mucho menos para viajar.

Pero hubo un tiempo en el que la gente se atrevía -sí, se atrevía- a viajar sin móvil, GPS, ni nada que los localizase sin entrar en estado de shock. Tampoco les importaba mucho si llevaban un look diferente para cada día, bastaba con algo cómodo para pasar las vacaciones la mar de feliz. Aquellos osados fueron nuestros padres y madres.

EL NUEVA ORLEANS DE NUESTRAS VIDAS

Fue en marzo de 1998 cuando Ramón y María Cristina, viajeros gallegos, volaron a Nueva Orleans. Tal y como cuentan, no era un destino que estuviera en el radar del español en los años 90, pero acabó siendo el viaje de sus vidas gracias a su empresa.

“Lo multicultural que era la ciudad, la grandísima influencia africana, española, francesa y latinoamericana. También los paisajes, esas llanuras inmensas, las plantaciones de algodón y de azúcar tan infinitas, y por supuesto, el jazz”, cuentan.

La ruta quedó inmortalizada para siempre con su cámara de fotos alemana, una ROLEY 35T del tamaño de un paquete de tabaco perfecta para viajar e inseparable durante todos aquellos años. “Las fotos eran, después de la cultura y las visitas, lo más importante para el recuerdo y revivir esos momentos. En nuestra casa hay infinitos álbumes de fotos, de fiestas familiares, de momentos cotidianos pero, sobre todo, de los viajes de verano. Las hay desenfocadas (muchas), descuadradas (muchísimas)… pero todas guardan un recuerdo aunque no sean perfectas”, añaden.

Y así fue como retrataron un Nueva Orleans que sonaba a jazz de forma incesante, como recorrieron el Misisipi en un barco del siglo XIX donde no faltó la comida criolla y la música, como descubrieron la réplica de la plantación Tara de Lo que el viento se llevó y el cementerio de Lafayette, “puro gótico, tan impresionante…".

En definitiva, la otra cara de la vida americana y un Nueva Orleans enérgico y vibrante antes de que fuera devastado por el huracán Katrina.

Los viajes en coche eran los más populares. Getty Images

LO QUE NO FALTABA NUNCA ERA…

Es imposible borrar de la memoria aquellos eternos viajes en coche (nada de avión: uno al año y con suerte) y, por supuesto ¡con la Guía Michelin! Si había algo que no faltaba en el kit viajero de nuestros padres eran el mapa rojo 990 de España y la guía verde de curiosidades turísticas y culturales. Cómo olvidar ese mapa que tenía vida propia y con él se llegaba hasta Australia si hacía falta.

“A principio de los años 80 viajábamos sin teléfono móvil, sin internet, sin navegador, sin aire acondicionado, pero con neumáticos Michelin, nuestros mapas y guías que nos ilusionaban desde el primer momento”, explica a Traveler.es, José Benito Lamas, Inspector Jefe de la Guía Michelin.

Desde 1973 llevan haciendo mapas de España y del mundo, cada año actualizados con las mejores rutas, hoteles, restaurantes; en los años 80 y 90, eso sí, más dirigidos a familias. Por 1.250 pesetas te hacías con una Guía Michelin y, por 325 pesetas, con el mapa de España.

“Las rutas más demandadas eran las del eje Madrid-Cataluña y Madrid-País Vasco, y los mapas más buscados los de España-Portugal y Francia”, subraya José. La Guía Michelin no ha dejado de estar en nuestras vidas, aunque ahora mucho más en formato digital. En 1997 se vendieron 630.000 mapas, mientras que en 2017, 425.000 ejemplares.

A PARÍS SE IBA EN TREN

Para Frank Babinger, geógrafo y profesor de Turismo en la Facultad de Comercio y Turismo de la UCM, lo que más ha cambiado han sido las infraestructuras y la calidad de los medios con los que viajamos. Bueno y la cantidad de viajeros, “hemos pasado de 300 millones, en 1980, a 1.300 millones en la actualidad”, señala.

“Hoy en día cualquier coche tiene mayor calidad y mayor equipamiento que los coches de lujo de entonces. Un Seat Ibiza tiene mejores acabados que un Mercedes de entonces. También los aviones eran otros modelos que no tienen nada que ver con lo que tenemos en la actualidad”, y añade que los que quizá han sufrido menos cambios han sido los ferries, puesto que los cruceros prácticamente no existían.

Y a París, se iba en tren, por supuesto. En 1991, fue cuando Carol y Martín decidieron viajar a la ciudad del amor haciéndolo acompañados por su grupo de vecinos y amigos inseparables (hubo un tiempo en el que nos relacionábamos con los vecinos, así es). “Como nos lo pasábamos tan bien en las fiestas que organizábamos en casa, decidimos compartir nuestra alegría con los franceses. Cogimos un Talgo que hacía la ruta Barcelona- París. Ya en el tren empezamos la fiesta, llevábamos la cena: tortilla de patatas, pa amb tomàquet, y como no, una botella de Juve i Camps”, cuenta eufórica, Carolina.

Visitaron la Torre Eiffel, los Campos Elíseos, los Inválidos, las galerías Lafayette y Versalles. ¿Y algunas anécdotas de aquel París de los 90? Los taxistas que querían aprovecharse, las ensaladas sin aceite y sal…“Los recuerdos de aquel viaje son realmente estupendos, porque tampoco se tenía todo tan preparado como ahora, ibas un poco a lo que te apetecía”, recuerda simpática.

LAS AGENCIAS, AQUELLAS COMPAÑERAS DE VIAJE

Las agencias eran las más socorridas de la época, raramente se hacían viajes fuera de España sin recurrir a sus servicios. Susana y Santi organizaron su luna de miel en la India con una de ellas. “No era por aquel entonces un destino típico como viaje de novios, pero nosotros encontramos en la India un cóctel de emociones que van más allá del romanticismo de París,del Caribe 2×1 que ya empezaba a calar con fuerza y que nos recomendaban todas las agencias”, explica.

Y fue la India, y por casi un millón de pesetas, un derroche que les hizo sentir como auténticos marajás. “Fue en 1999, antes de que se acabara el mundo (recordad que en el 2000 dejarían de funcionar todos los sistemas informáticos y se produciría el colapso mundial…)”, ríe.

Un mes emocionante para una aventura donde no faltaron los guías, hoteles, comidas, los traslados, pues estaba todo concertado.

“Nos acordamos mucho de nuestro guía indio, un sikh de la región del Punjab, un guerrero espiritual que se quejaba continuamente de que no prestábamos atención a las cosas porque perdíamos tiempo fotografiándolas. ¡¿Qué diría ahora si nos viera las 24 horas con el móvil?!”, cuenta Susana.

Haciendo caso omiso del sikh, fotografiaron un choque cultural del que se enamoraron, pues dicen que la India, o te horroriza o te enamora. “Llevábamos una cámara réflex del padre de mi marido, que pesaba una barbaridad y que los niños indios veían a kilómetros de distancia. Comprar carretes allí era casi imposible y cada vez que parábamos en una ciudad grande, Nueva Delhi, por ejemplo, ¡acabamos con las existencias!”.

Después de ese vinieron muchos otros viajes, sin embargo nunca se olvidan de la India. Posiblemente en sus 25 años de casados vuelvan, aunque seguramente (dicen), dejarán el móvil en casa.

¿Autostop hoy en día? ¡Imposible!. Getty Images

CARRETERA Y MANTA

Nuestros padres no viajaban cada fin de semana para hacer una escapada, eso era de ricos. Todo se reducía a una vez al año, a las navidades, a la semana santa o al verano. “Terminó la época en la que los grandes rotativos abrían sus ediciones de agosto con la Gran Vía o la Castellana vacías. En París no se cobraba el parking a los coches en agosto porque no era rentable, ¡no había nadie!”, relata a Traveler.es Frank Babinger, geógrafo y profesor de Turismo en la Facultad de Comercio y Turismo de la UCM.

De los eternos días de sol y playa, y de las tardes de verano en los merenderos de los pueblos, hemos pasado a buscar experiencias extraordinarias, viajes (en ocasiones agotadores), rutas de senderismo, turismo sostenible, etc. Porque una de las grandes diferencias entre nuestros padres y nosotros es que nosotros no queremos ser turistas, queremos pasar desapercibidos y no nos conformamos con pasar un fin de semana, sino que optamos por quedarnos meses, hasta incluso años.

“Tampoco existía Airbnb y semejantes, aunque sí mirábamos los balcones en búsqueda de apartamentos para alquilar en verano. La gente no buscaba vivir como los lugareños, ni conocerlos siquiera: no éramos antropólogos/as, éramos turistas”, detalla Frank.

¿Y hacer autostop? Antes era común, hoy casi un suicidio. Angels, pintora y aventurera, había recorrido así las Islas Canarias y Portugal. En el segundo viaje, el coche les dejó tirados y no era de extrañar… "Íbamos a Estoril, un pueblo de playa de Portugal, cuatro adultos con dos niños de dos años, una niña de nueve, cunas, cochecitos, barca para la playa, y todo en un Seat 121. Allí se nos estropeó el coche e hicimos autoestop. Nos paró un corredor de coches que iba con su mecánico y nos lo arregló", recuerda.

Toda aquella inocencia se disipó en el otoño del 92 con el terrible crimen de las niñas de Alcásser, desde entonces hacer autostop se empezó a ver como una temeridad solo apta para las películas americanas.

Y como decía Miguel Ríos en El blus del autobús se vivía en la carretera y al ritmo que marcase el día. No importaba la hora de llegada, lo que importaba era el recorrido porque se viajaba sin prisa.“Solíamos elegir un destino para una o dos semanas, y salíamos dos o tres días antes marcando una ruta a la ida y otra a la vuelta, para ir así por dos caminos diferentes. De esa forma conocíamos todo lo que estaba de camino”, cuentan Ramón y María Cristina, los viajeros de Nueva Orleans.

En su viaje de Galicia a Alicante, pararon en el Valle de los Caídos, El Escorial, allí hicieron noche, siguieron hasta Alcalá de Henares, volvieron a dormir y, por fin, llegaron a Alicante donde pasarían de 10 a 15 días. Y a la vuelta Jaén, Albacete, Segovia…

¿¡Benditos sean aquellos veranos de sandías y melones! Getty Images

Los viajes por España eran así, improvisados. “Al acercarse la noche, veíamos el pueblo o ciudad próxima y con la Guía Michelín elegíamos hotel, según la calidad y precio, llegábamos y ¡a dormir! Al llegar al destino, nos movíamos por el boca a boca, preguntando a los vecinos", explica la pareja de gallegos. Los viajes eran largos, incómodos y por carreteras secundarias. Éstas sí eran las grandes beneficiadas, pues disponían de una red de restaurantes, cafeterías y merenderos donde parar a almorzar, ¡y qué bien sabían esos almuerzos de tortillas de chorizo!

Fuente: CondéNast Traveler

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