La vuelta al mundo en 72 días de Nellie Bly

Nellie Bly, la intrépida reportera

“Yo solo corro contra el tiempo”

Nellie Bly testificó cuando tenía catorce años contra un padrastro maltratador. Desde entonces, avanzó en solitario hasta convertirse en la periodista más célebre de Estados Unidos.

En 1885 no era habitual contratar a una mujer en un periódico para tratar temas de actualidad, pero su carta en respuesta a una columna publicada en el Pittsburgh Dispatch titulada: “¿Para qué vale una mujer?”, le valió una oferta de trabajo del editor. Nellie tenía entonces 21 años.

Bajo el pseudónimo Huerfanita Desamparada, trató con crudeza las condiciones de trabajo de la mujer en las fábricas y su vulnerabilidad en los procesos de divorcio. La oligarquía industrial de la ciudad no tardó en reaccionar y la dirección intentó desplazarla a la crónica teatral. Su réplica fue un portazo.

Consiguió un puesto en el New York World, conocido por su línea de investigación. Allí llevó hasta sus últimas consecuencias su forma de hacer periodismo.

En una pensión de la ciudad, se hizo pasar por loca y consiguió que la llevaran al manicomio de mujeres de Blackwell’s Island. Pasó allí una semana y publicó un artículo en el que expuso la brutalidad de los tratamientos a los que eran sometidas las internas.

Nellie encarnó el periodismo gonzo un siglo antes de que este fuese bautizado por un transgresor plenamente integrado en el sistema: Hunter S. Thompson.

Según este enfoque, el periodista participa en la noticia como un actor más, lo que provoca un sesgo personal y subjetivo en el relato.

Eso hizo Bly cuando, después del éxito del reportaje de Blackwell’s Island, leyó La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. En esta novela, el escritor francés había dejado de lado la ciencia-ficción para ilustrar las posibilidades que ofrecía la revolución del transporte en el siglo XIX. 

The World Newspaper (Enero, 1890)© Getty Images

Su idea caló en el ánimo de Nellie y le propuso a su editor batir el plazo propuesto por Verne. “Una mujer necesitaría un protector. Solo un hombre podría hacerlo”, fue su respuesta.

La réplica de Bly retrata su espíritu. “Ponga a su hombre en marcha”, dijo. “Yo lo haré el mismo día para otro periódico y le venceré.” Su argumento logró convencerle.

Prescindió de baúles y comprimió lo imprescindible en una bolsa que hoy sería admitida como equipaje de cabina. Detalló su contenido en el artículo que publicó al finalizar el viaje: mudas de ropa interior, un neceser, papel y lápiz, un camisón, un blazer, un frasco y una taza, dos gorras, tres velos, unas zapatillas y pañuelos.

No se cambió de zapatos ni de vestido, aunque hizo los cálculos necesarios para poder lavarlo en varias escalas. Sus únicas indulgencias fueron un bote de crema para el rostro y un abrigo de pelo de camello. Admitió que hacer aquella maleta había sido el mayor reto de su vida.  

Nellie Bly era el pseudónimo de Elizabeth Cochrane Seaman© Getty Images

El viaje comenzó en el muelle de la Hamburg American Line en Hoboken, New Jersey, donde embarcó en el transatlántico Augusta Victoria, el más rápido del momento, con destino a Londres.

En su trayecto a París realizó un desvío a Amiens, donde vivía Julio Verne. El escritor la recibió con amabilidad. “Si lo logra en 79 días, la aplaudiré con las dos manos”, afirmó. Es probable que nunca hubiese imaginado que una mujer pondría en práctica las hipótesis que había planteado en la ficción.

La periodista viajó en tren a Bríndisi, donde cogió un vapor a Port Said con el que atravesó el canal de Suez. La red de escalas del Imperio Británico la llevó de Adén a Colombo, en la actual Sri Lanka, Singapur, Hong-Kong, Yokohama y, a través del Pacífico, a San Francisco.

Alcanzó la meta en 72 días, 6 horas y 11 minutos. El trayecto final en tren a través de Estados Unidos fue triunfal.

Recepción de Bly en Nueva Jersey© Alamy

Nellie se había hecho célebre. Su reto encontró eco en periódicos de todo el mundo. Una competidora había emprendido el viaje en dirección inversa para un medio de la competencia. Cuando le comunicaron su existencia, Bly ya había llegado a Hong-Kong.

“Yo solo corro contra el tiempo”, afirmó. Durante el trascurso del viaje, enviaba telegramas a la redacción que se recibían con el entusiasmo de los avances de Phileas Fogg en la novela de Verne.

La crónica que publicó sobre el viaje refleja el espíritu inquieto de Nellie. Superó a golpe de voluntad los mareos a bordo y rechazó a los hombres que se acercaron a ella con actitud paternalista.

Era inevitable que una mujer de 25 años que viajaba a solas y con una escuálida bolsa como equipaje levantase rumores. Sus compañeros de cubierta entre Brindisi y Port Said supusieron que se trataba de una excéntrica heredera americana.

Nellie Bly con su 'equipaje de mano'© Getty Images

Como periodista, se sentía atraída por lo sorprendente y lo morboso. En Cantón pidió que la llevasen a la plaza donde se llevaban a cabo las ejecuciones y detalló las modalidades que allí se practicaban.

Contempló los cocodrilos apresados en Port Said como en un zoológico y afirmó que los hombres de Adén tenían los dientes más blancos del globo.

En cumplimiento de las obligaciones de una viajera del siglo XIX, realizó las visitas a los templos en Ceilán y en Hong Kong disfrutó de las vistas desde el Hotel Craigieburn.

Aunque sus opiniones son propias de su tiempo, no se aprecia en ellas el desprecio hacia la población local que es habitual en las crónicas victorianas. Sitúa al mismo nivel el excesivo consumo de whisky con soda de los ingleses y el de opio entre los chinos.

En Japón, parece encontrar un lugar que despierta su admiración. Habla de hombres silenciosos y geishas que esconden los brazos bajo las mangas.

Nellie Bly hablando con un oficial de la armada austríaca en Polonia© Getty Images

Nellie disfrutó del viaje. Como afirmó en su crónica: “Sentarse en silencio en cubierta con las estrellas como única iluminación y escuchar el agua deslizarse es, para mí, el paraíso.”

De retorno a Nueva York, su celebridad jugó contra ella. Las puertas a los reportajes gonzo se cerraron y su condición femenina le impidió ascender en la redacción. Su jefe llegó a negarle un ascenso de sueldo.

Desencantada y aburrida, conoció a un magnate del hierro y se casó con él. Cuando murió, se hizo con las riendas del negocio. Llegó a registrar varias patentes, pero un fraude llevó la empresa a la quiebra.

Volvió entonces al periodismo en el New York World y, como sello a su carrera, se convirtió en la primera americana que ejerció como corresponsal de guerra en la Primera Guerra Mundial, donde cubrió el frente oriental.

Fuente: Condé Nast Traveler

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