Los Viajes de Montenegro: Autana

Todos debemos viajar al Autana, en el estado Amazonas, por lo menos una vez en nuestras vidas

Cuando me preguntan cuales lugares de Venezuela habría que visitar por lo menos una vez en la vida, siempre comienzo por el Salto Ángel, la catarata más alta del mundo, sigo hacia Los Roques, el único atolón en el mar Caribe y océano Atlántico, la Gran Sabana con su Roraima y sus saltos espectaculares, y continúo con el cerro Autana, en el estado Amazonas.

El Autana es menos conocido que los primeros, pero es realmente único y espectacular. Todos estos destinos naturales son lugares que diferencian a Venezuela de cualquier país del mundo. Al tomar una foto para el recuerdo en cualquiera de ellos, se sabe que sólo puede ser allí, porque son escenarios incomparables que están en Venezuela para disfrute del mundo entero. El Autana es el árbol de la vida; aquí comenzó todo según la leyenda piaroa. Queda parte del tronco solamente, porque el árbol cayó hace mucho tiempo en una de esas guerras entre el bien y el mal, protagonizada por sus dioses enfurecidos. Las ramas del árbol caído dieron origen a las serranías del estado Amazonas, y su tronco se yergue como un altar incólume que recuerda a ese origen de la vida. Por esa leyenda el lugar se reviste de una magia imposible de olvidar.

Todo viaje al Autana comienza en Puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas, donde se toma un carro para hacer un recorrido corto, pero interesante, hacia el puerto de Samariapo y embarcarse en un bongo entre los ríos más espléndidos y solitarios de nuestra geografía. En nuestro último viaje apenas llegamos a Samariapo, que sigue siendo una aldea muy interesante, nos montamos en nuestro bongo para comenzar las largas travesías por el río Orinoco, entrando luego al río Sipapo, para finalmente navegar por el río Autana. Nos acompañó una “lluvia blanca” muy intensa durante una buena parte de nuestro trayecto, que nos hizo vivir la potencia asombrosa de la naturaleza en esas zonas tan vírgenes de nuestra geografía. Ya al final de la tarde llegamos al campamento “Boca de Autana”, donde en unas churuatas sin paredes, nos esperaban nuestras hamacas con sus mosquiteros, para reponer las fuerzas perdidas durante el día.

Una noche mágica y alegre, en la cual el cocinero preparó un pescado de río que le quedó delicioso, cantó y puso a todo nuestro grupo a bailar con humor y malicia, terminó con un sueño medio ligero por el frío que nos atacó en la madrugada. Al día siguiente después del desayuno, remontamos el río Autana durante unas cuatro horas para llegar al éxtasis al desembarcar en el Raudal de Ceguera, o “Duri-Daya” en lenguaje piaroa, para acampar y pasar allí la noche. El nombre de “Ceguera” se originó por la espectacular vista que se obtiene desde allí, de un valle formado por el cerro Autana, otro cerro llamado “Cara de Indio” porque recuerda al perfil de un rostro, y el cerro Waharí a un lado, que realmente se llama “Uritica”.

Me decía Javier Mesa, conocedor como nadie de nuestras selvas, que algún aventurero confundido comenzó a llamar ese cerro “Waharí”, probablemente porque el nombre piaroa del Autana es “Waharí Kuaway”, que significa Dios-Vida o árbol de la vida, donde todo comenzó. Después de pasar una noche deliciosa en compañía de las estrellas, al día siguiente subimos al cerro Waharí, para obtener la mejor vista posible del Autana. Pasamos una hora y cuarenta minutos caminando entre la selva al principio plana, con pendientes fuertes llegando al final del camino.

Al alcanzar la cima del Waharí encontramos una vista realmente sensacional, única. Uno casi se ahoga de la felicidad respirando el mismo aire purismo que envuelve al Autana. Imposible no ser feliz en esa cumbre, besando el alma de este árbol de la vida y observando cómo la energía del infinito penetra en lo más profundo de nuestro ser. Como nos oprimía un sol radiante en esta visita al tope del “Uritica”, salieron unas abejitas a desentonar la perfección, porque se acercaban demasiado a nuestros cuerpos y asustaban las fibras sensibles de nuestras compañeras de aventuras. Después de un rato y de tomar unas buenas fotos, bajamos el cerro con el mismo estado de ánimos con el cual subimos, felices y cansados, para llegar de nuevo a nuestro campamento en el Raudal de Ceguera, donde pasaríamos otra noche inolvidable observando cientos de estrellas hasta el infinito.

Anímese usted también y venga a estas selvas preciosas, para que compruebe que la magia del Autana le hará más dichoso de lo que usted puede imaginar.

CÓMO LLEGAR

Hasta Puerto Ayacucho está volando todos los jueves Conviasa 0500-CONVIASA, en unos aviones Embraer buenísimos y nuevecitos. Por tierra el trayecto es interesantísimo porque uno cruza los estados Guárico y Apure completos de norte a sur, disfrutando de los paisajes más bellos de los llanos venezolanos. Yo salí de Caracas a las 6 de la mañana, y a las 4 de la tarde estaba entrando en Puerto Ayacucho. Desde Puerto Ayacucho, el guía le llevará a Samariapo por tierra y luego en bongo durante dos días hasta el raudal de Ceguera.

DÓNDE ALOJARSE

En los campamentos muy bien ordenados con unas churuatas grandes, donde se guindan hamacas con sus mosquiteros.

DÓNDE COMER

Las excursiones incluyen todas las comidas, porque en la selva no hay otras opciones. La comida es casera y muy abundante, hay mucho pescado fresco de río en la dieta de estos parajes. Son deliciosos.

DÓNDE RESERVAR

Henry Jaimes (0416) 448.63.94 es un buen amigo que vive en Puerto Ayacucho desde hace muchos años, y es uno de los veteranos operadores de estas selvas. Parece un “Indiana Jones” del Amazonas. Su compañía “Ecodestinos de Venezuela” ofrece unos tours muy buenos. Además, ahora Henry tiene unos kayaks y hace unos paseos buenísimos por el río Cataniapo de un día o de medio día, a unos precios tan honestos que son inferiores a lo que cuesta una hamburguesa.

NO OLVIDE

Llevar ropa fresca, pantalones largos de fibra sintética, no jeans, y camisas livianas mangas largas, por los puri-puris que le picarán sin compasión. Mucho repelente y protector solar. Además, lleve una linterna y un sombrero bueno. Botas para caminar y sandalias sólo para bañarse en el río, porque de resto no le servirán en la selva. Para las tardes tranquilas en estas selvas no hay mejor acompañante que las páginas de un buen libro clásico, como la novela de Stephan Zweig “El Candelabro Enterrado”, en la cual se narra la saga de la “Menorah”, objeto sagrado de la religión judía.

Álvaro Montenegro Fortique

Fuente: El Universal

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