La Isla de Margarita no solo seduce con sus playas y su clima tropical, también conquista paladares con una propuesta gastronómica que evoluciona sin perder sus raíces. Hoy, la cocina margariteña vive una nueva etapa: Una fusión entre tradición y comercio que da vida a lo que Jesús Manuel Irausquín, director de la Cámara Gastronómica de Nueva Esparta, llama “el Puerto Libre como ingrediente añadido”.
La gastronomía de Margarita siempre ha estado marcada por productos del mar, dulces tradicionales y recetas heredadas de generaciones. Platos como el pastel de chucho, la empanada de cazón, el pan de leche y la cuca pargueta, son emblemas de una identidad que se cocina a fuego lento.
Pero ahora, con el regreso del régimen de Puerto Libre, los ingredientes no solo vienen del mar… también llegan del mundo. La posibilidad de importar productos sin aranceles ha abierto nuevas puertas a chefs, emprendedores y cocineros populares que pueden acceder a insumos de calidad internacional para enriquecer sus propuestas.
El Puerto Libre ha sido históricamente un motor económico para Margarita. Hoy vuelve a ser protagonista, no solo en el comercio, sino en la cocina. Según Irausquín, este régimen especial permite que los restaurantes y emprendimientos gastronómicos accedan a productos importados —como especias, vinos, quesos y tecnología culinaria— que antes eran inaccesibles o costosos.
Esto ha generado una explosión de creatividad: Chefs que combinan ají margariteño con curry tailandés, dulcerías que reinventan recetas con chocolate belga y panaderías que mezclan técnicas francesas con sabores locales.
La Cámara Gastronómica de Nueva Esparta ha impulsado iniciativas como la Semana de la Gastronomía Margariteña, donde se promueve la dulcería tradicional y se capacita a comunidades para crear centros de producción local. El objetivo es claro: Rescatar lo autóctono sin cerrarse a lo global.
Este enfoque ha sido respaldado por figuras como Rubén Santiago y Fernando Escorcia, quienes desde el festival Margarita Gastronómica, han defendido la identidad culinaria insular como una bandera de esperanza y desarrollo.
La nueva cocina margariteña no es una ruptura, sino una evolución. Es tradición con pasaporte. Es el pastel de chucho servido con espuma de coco y jengibre. Es la empanada de guayaba con reducción de vino tinto. Es el sabor de casa con un toque del mundo.
Y en el corazón de esta transformación está el Puerto Libre, no solo como incentivo económico, sino como ingrediente invisible que potencia la creatividad, la calidad y la diversidad.