La paz, aspiración de pueblos y de hombres

Mons. Carlos Sánchez Espejo

24 de diciembre de 1960

Ninguna noche tan llena de luz como la noche de Navidad. En ella comenzó el día interminable del rescate humano, de la humillación de Dios y de la exaltación del hombre.

Ninguna noche tan llena de alegría como la noche de Navidad. Porqué en ella se dieron el ósculo de la paz, la caridad y la justicia; y de la tierra, maldecida por causa de la culpa, se hizo digna de escuchar las voces de los ángeles y de ser trocada en casa de Dios.

Ninguna tan perdurable en la historia como la noche de Navidad. A despecho de los incrédulos y a plena satisfacción de los creyentes, la humanidad hace hoy un alto en su vida y, de grado o por fuerza, recuerda el hecho trascendental que partió en dos la historia humana con el nacimiento del verdadero Pacificador del mundo.

Esta noche es noche de paz. Pero como suena a escarnio esta palabra en los días convulsos que vivimos los hombres. Si aplicamos al oído a las voces que salen de las distintas naciones percibimos rugidos de cólera, llantos de oprimidos, acentos de odio, gritos de venganza, amenazas de déspotas y tiranos. Y junto a ellas, ruidos de armas, y voces de vencidos.

Y si del mundo internacional pasamos a oír lo que se alza del fondo nacional, nada distinto de la discordia, de la inconformidad, del odio, de la venganza, del desequilibrio.

Noche de paz es la noche de navidad. Pero los hombres se encargan de turbar esos acentos.

Conceda el Dios de la paz a todos los hombres, pero especialmente a nuestro país, ese don preciado en esta Noche de Navidad.

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