La ciudad colombiana ha sabido reinventarse con espíritu vanguardista para convertirse en una de las plazas culturales más importantes de Sudamérica.
José Alejandro Adamuz
El 25 de agosto de 1987 el doctor Héctor Abad Gómez fue asesinado en el centro de Medellín por unos sicarios. Casi veinte años después, su hijo, Abad Faciolince logró escribir El olvido que seremos, una novela que recientemente ha llevado al cine Fernando Trueba. En el bolsillo del padre, el joven Abad Faciolince encontró un verso: “Ya somos el olvido que seremos”. Afortunadamente, el padre no se convirtió en olvido. Lo que sí ha pasado a ser olvido es aquella violencia.
Hoy Medellín es otra. Es su cultura del metro, los “hola, cómo está” con los que se suele saludar la gente, el banco de la Casa Gardeliana donde se sentó un día Borges, el Parque de las Luces, los festivales literarios, el Jardín Botánico con sus mariposas, el Parque Explora, las bibliotecas integradoras, las escaleras mecánicas de la Comuna 13, los vasitos de helado con queso rallado en la calle, la modernidad en Poblado, el Museo de la Memoria… Una ciudad cosmopolita que no para de crecer y que se expande de norte a sur por el Valle de Aburrá. Ahí encajonada, sus barriadas remontan las colinas adyacentes y de noche, Medellín parece un firmamento puesto en vertical, la promesa de una aventura que parece tan eterna como su primavera.
EN EL #7: A RITMO DE GARDEL
Si su lugar de su nacimiento sigue siendo un misterio -”Nací en Buenos Aires, Argentina, a los dos años y medio de edad”, solía decir-, el de su defunción está mucho más claro: Medellín, el 24 de junio de 1935. Así lo atestiguan las numerosas portadas de los periódicos que recogieron el trágico accidente de avión en el que murió el mito del tango, Carlos Gardel. Había acudido a Medellín porque en la ciudad siempre hubo orgullo lumpen, pero la explosión de la avioneta al salirse de la pista truncó aquella gira para siempre. Aún así, el recuerdo de Gardel sigue vivo, igual que sigue la afición por el tango en la ciudad. Por debajo del céntrico Parque Berrío está todavía el popular Salón Málaga, donde hay milonga cada sábado por la noche. En su interior, un altar al género, llenas las paredes de fotografías de época con artistas, se reparten los entendido entre sus mesitas. Algo más lejos, en el barrio Manrique, sigue la Carrera 45, memoria viva del tango hecha arteria. Allí está la Casa Museo Gardeliana y el Bar Alaska, con sus billares y sus más de 80 años de historia. Su actual dueño, Gustavo Rojas, guarda una colección de anécdotas para quien quiera escucharlas.

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EN EL #6: LOA A LAS CALORÍAS
Hay que comprobar que esté todo, que esté el plátano maduro frito, el arroz blanco generoso, las rodajitas de aguacate, el huevo al gusto, el montoncito de judías rojas, los chicharrones, la carne picada, la salchicha y la morcilla, las arepas sobresaliendo como un alerón del plato, y, claro, el hogao a base de tomate. Eso es lo que lleva una bandeja paisa canónica, el plato más típico de Antioquia y la Zona Cafetera. Una comida que en su origen era propia de trabajadores rurales que tenían que acumular calorías para aguantar una jornada dura de trabajo y que ahora se ha convertido prácticamente en un desafío gastronómico, como en esas competiciones pantagruélicas consistentes en tragar la mayor cantidad de comida posible. No hay experiencia completa en Medellín sin probar el estómago con una bandeja paisa tradicional. Hacienda Junín o El Trifásico, en Envigado, son buenos lugares donde iniciarse por primera vez.
EN EL #5: LA ETERNA PRIMAVERA
El Jardín Botánico sintetiza en 14 hectáreas la imagen del Medellín como ciudad de la eterna primavera: cielo azul, color y aroma como para una adolescencia infinita. Son 14 hectáreas en el centro con más de 1000 especies vivas, con su bosque tropical, con sus palmas, sus azaleas, su desierto, su jardín vertical, su laguna… Y su Casa de las Mariposas, todo un espectáculo cosquilleante con sus aleteos coloridos. A la vez, el proyecto del Orquideorama supo conjugar lo arquitectónico con lo orgánico, creando un espacio perfecto para la exhibición y cuidado de la orquídea, flor nacional de Colombia.
Será conveniente dedicar una mañana larga al jardín tanto como a la zona norte de la ciudad donde se encuentra, protagonista de la renovación urbanística de Medellín con varios edificios importantes y equipamientos públicos como el Parque Norte, la Estación Universidad, el Planetario y el Parque Explora, escenario del Hay Festival y de otros eventos culturales.
EN EL #4: TODO EL AMBIENTE DEL MUNDO
Hay que pisar el centro de Medellín para tomarle el pulso a la ciudad. Se baja uno del metro y está en uno de los centros fundacionales, verdadero icono urbano, con el Templo de La Candelaria (1649) como telón de fondo. Igual que la plaza fue históricamente centro de vida social como antesala a entrar a la iglesia, hoy es más que nada un zoco vibrante e informal. Está ahí Pedro Justo Berrío subido en su pedestal de piedra, pero el parque que lleva su nombre está tan lleno de venteros con sus voces, de sombrillas de colores, de lotería para tentar la suerte, de músicos, de aguacates y de termos para tomar el tintico a las cinco de la tarde que la estatua del histórico abogado y militar pasa casi desapercibida. Tal vez por eso mire con gesto serio y brazos cruzados el alboroto constante que le rodea. Hay que ir por ir, para empaparse de puro espíritu urbano. Junto a la Avenida Colombia (o Calle 50) -los autobuses y los pequeños utilitarios amarillos que sirven de taxi circulan todo el tiempo- está la gorda de Botero. Es un torso sin rostro, pero si lo tuviera seguramente dibujaría una sonrisa por el espectáculo sensual que tiene enfrente.
EN EL #3: TALLA XXL
Con Fernando Botero no hay duda: se sabe a todas luces que la pieza expuesta es suya y no de cualquier otro artista. Medellín es el epicentro de su obra, algo así como un museo total. Se pasa por la Plaza Botero sin duda de que esta es, efectivamente, su ciudad. Allí hay casi más pícaros que gordos y gordas, pero eso también forma parte del atractivo del lugar. Las esculturas que ocupan el espacio público conviven con la cotidianidad de los habitantes, que se mezclan con los turistas que corren alborozados de una a otra haciéndose selfies.
La vinculación entre Fernando Botero y la ciudad es profunda. Dos de sus obras recuerdan en el Parque San Antonio los violentos años de la capital antioqueña. Allí están El pájaro herido y El pájaro. La primera, dañada en un atentado atribuido a Pablo Escobar en la década de los noventa, tiene el vientre abierto como si fuera una lata de conservas. La segunda, donada por el maestro Botero poco después del trágico ataque. Hoy ambas guardan el recuerdo de las víctimas.
Frente a la plaza Botero está el Museo de Antioquia, el más popular de Medellín. Hay dentro una amplia representación de la obra de Fernando Botero, que incluye pinturas y dibujos que revelan la solución al enigma que lanzó en forma de declaración hace muchos años: “No he pintado una gorda en mi vida”. A pesar que lo que se ve parecen ser gorduras, él prefiere explicar que su trabajo es una búsqueda de la sensualidad a partir de jugar con el volumen.

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EN EL #2: URBANISMO SOCIAL Y MEMORIA
Medellín, golpeada por el terrorismo y la violencia narco, fue el territorio de los sicarios que mataban policías a tanto el muerto. Tras la muerte del gran capo, la sociedad pudo decir pronto “bye, bye, Pablo Escobar”. Y algo fue cambiando poco a poco hasta convertirse en una de las ciudades más innovadoras del mundo, a golpe de integración urbanística y programas sociales. La Comuna 13 es el vivo ejemplo de cómo se construye el futuro de Medellín. Antes era territorio violento, pero hoy los chicos del grupo de rap C 15, pueden cantar que “Aquí sí hay amor, ilusiones, con una mano en tu corazón, amores, corazones”.
Fue la Casa Kolacho la que aglutinó todo un movimiento que usó el Hip Hop para restañar heridas recientes. Ellos están en la Comuna 13, la que fuera uno de los diez lugares más peligrosos del mundo en la década de los 90. Fue, precisamente, en esa época cuando el gobierno de la ciudad comenzó a desarrollar una acertada política de desarrollo social y pacificación a través del urbanismo y de la arquitectura.
Las escaleras mecánicas públicas colocadas en las partes con más pendiente de la Comuna 13 forman parte de un proyecto de mejora de la movilidad que revolucionó la zona, quedando así integrada como paisaje urbano. A vista de pájaro, las escaleras automáticas se ven como una oruga metálica abriéndose paso entre las casas apiñadas. Al tiempo, los muros de la comuna fueron recibiendo grafitis que la convierten hoy en un auténtico museo al aire libre.
El “Metro Cable”, junto al desarrollo urbano alrededor de sus estaciones, es el otro referente internacional de esta estrategia reivindicativa de los espacios urbanos de la ciudad que avanza paralela a la reivindicación de la memoria con proyectos como el Museo Casa de la Memoria, creado en 2006, en recuerdo de las víctimas de las violencias y de los conflictos armados del país. El espacio expande lo arquitectónico con otros recursos como un podcast y colecciones digitales.
EN EL #1: EL FIN DE SEMANA PERFECTO
Por muy maravillosa que sea la ciudad, siempre hace falta un respiro. Para encontrarlo en los alrededores de Medellín, se puede mirar hacia el este, donde se sitúa el pueblo de Guatapé. Aunque es más famoso el paisaje como de otro mundo del embalse y la omnipresente Piedra del Peñol, desde cuyo alto se contempla uno de los paisajes más espectaculares de Sudamérica.
Si se mira hacia al norte, a poco más de 50 kilómetros, aparece en el plano Santa Fe de Antioquia, el destino estrella para el fin de semana de muchos en Medellín. Alrededor de su centro histórico han ido creciendo urbanizaciones nuevas, pero alrededor del Parque Principal, se conservan las calles empedradas, la arquitectura colonial las coloridas ventanas, los barrotes, las plantas y como un espíritu de tranquilidad y letargo que caracteriza a la conocida como la Ciudad Madre, porque de ella recibió el nombre la gobernación de Antioquia y fue su capital hasta 1.826, cuando la reveló Medellín.
Una flotilla de curiosas moto-taxis llevan al viajero hasta el Puente de Occidente, un vanguardista puente colgante sobre el río Cauca, antaño uno de los más importantes del mundo, que hoy se ha convertido en atracción turística: se va, y se pasa de un extremo al otro, con cuidado de no tropezar en alguna vía dañada.