La afirmación del filósofo inglés Sir Francis Bacon (1561-1626), “Los viajes en la juventud son parte de la educación, en la madurez son parte de la experiencia”, encierra un profundo entendimiento del papel de los viajes en el desarrollo personal y la evolución de la perspectiva humana. En la actualidad, sus palabras son especialmente relevantes, considerando el ritmo acelerado y globalizado del Siglo XXI, donde viajar ya no es solo un lujo o una aventura, sino una oportunidad para cultivar valores, construir conocimientos, y acumular experiencias valiosas para la vida.
En la juventud los viajes representan una oportunidad única para el aprendizaje. En esta etapa, el deseo de descubrir lo nuevo y la curiosidad por el mundo son componentes esenciales de la educación. Viajar expone a los jóvenes a diferentes culturas, idiomas, costumbres y formas de pensar, brindándoles una formación que va más allá de los límites de una institución educativa tradicional. Un joven que viaja es más probable que desarrolle una mentalidad abierta, una cualidad que fomenta la empatía y que en el contexto global actual es cada vez más necesaria. Además, al estar inmersos en culturas distintas a la propia, se ven obligados a adaptarse, aprender a comunicarse y resolver problemas en situaciones desconocidas, habilidades que serán vitales en cualquier aspecto de su vida futura, tanto profesional como personal.
En el contexto de la era digital, los jóvenes tienen acceso a información al instante, pero esto no reemplaza la experiencia de vivir y aprender directamente de otras culturas. Este tipo de educación basada en la experiencia es más profunda y efectiva que cualquier dato obtenido en línea. Desde visitar museos históricos hasta explorar comunidades locales, los jóvenes adquieren un conocimiento directo del mundo y se preparan para enfrentarse a él de una forma mucho más informada y madura.
Por otro lado, los viajes en la madurez tienen un matiz diferente: ya no se trata tanto de educarse, sino de enriquecer la experiencia de vida. En esta etapa, las personas han desarrollado una visión más clara de sus intereses y prioridades, lo que permite que los viajes tomen un significado más personal y profundo. Viajar se convierte en una forma de reflexión, una manera de reconectar con uno mismo, de recordar la belleza de la diversidad del mundo y, en ocasiones, de buscar respuestas a preguntas que solo surgen con los años. Los adultos tienden a valorar más los detalles, a ver la cultura con una lente que combina curiosidad y reflexión, y a interpretar cada experiencia de viaje como un capítulo más en su propia narrativa personal.
En el Siglo XXI, donde el tiempo es escaso y las responsabilidades abundan, los viajes se han vuelto una oportunidad de desconectar del mundo digital y redescubrir el valor de la conexión humana. Para muchos, es una pausa que permite examinar las decisiones y los caminos tomados, o incluso redefinir aspectos de su identidad. Al igual que Bacon en su época, hoy entendemos que viajar en la adultez no solo es un placer, sino una fuente continua de inspiración y aprendizaje.
Han transcurrido más de 450 años desde que Sir Bacon pronunciara esas palabras, cuales resuena tanto ahora como en su tiempo, ya que los viajes en la juventud y en la madurez no solo enriquecen a la persona, sino que la preparan para vivir con una perspectiva más amplia y una mente abierta. En otras palabras, cualquier momento a cualquier edad, es bueno para viajar.
Senior event planner and senior event consultant, University Professor, Trainer, Photographer, Lecturer, and Columnist.