CARLOS SERRANO
¿Cuántas veces nos habremos cruzado, reunidos a la mesa de un restaurante, con un grupo de amantes del vino? Es fácil reconocerlos. Cuando el camarero llena sus copas, los comensales alzan los vasos, comienzan a olerlos como el librero que olfatea las páginas de un libro nuevo, y miran el cristal en busca de algún tipo de pintura que solo ellos pueden ver.
Después, agitan las copas, beben el vino, y comentan la personalidad del mismo de la misma forma en que un guía explica y desentraña un cuadro en el Museo del Prado: con detalle y experiencia. Y entonces, aquellos que asistimos a la escena nos preguntamos… ¿Qué tendrá el vino para levantar semejantes pasiones?
La mejor respuesta a nuestras inquietudes se encuentra en las profundidades de una bodega. En España somos afortunados de poseer cientos de ellas, repartidas por las áreas vinícolas más famosas de nuestro país, especialmente en Andalucía, La Rioja, las Rías Baixas, las dos Castillas, y ciertas zonas del Levante.
Y es junto al Duero que versaron Bécquer y Machado donde se alza Finca Villacreces: una bodega de ilustre renombre donde un reportero novato y norteño que prefiere el blanco al tinto recibió una iniciación en toda regla acerca del mundo del vino. Ahora, sabedor de que las uvas se encuentran maduras, y el frío acecha tras la esquina, considero que es el momento de echaros una mano. No podéis visitar una bodega sin saber lo que paso a mostraros.
EL LUGAR
La mayoría de las bodegas de nuestro país, y sobre todo aquellas de mayor renombre, se encuentran en terrenos con una tradición vinícola que se remonta a siglos atrás. Lo más común es que las viñas antaño perteneciesen a un monasterio, siendo la Iglesia una tradicional interesada en la posesión de vino para la misa.
Con la llegada de las desamortizaciones del siglo XIX, dichos viñedos pasaron a formar parte del patrimonio de ciertos potentes aficionados al vino, como el Marqués de Murrieta en La Rioja, quienes pronto comprendieron el valor que un buen caldo podía alcanzar en el extranjero.
Y detrás de los pioneros, llegaron las firmas nuevas, los inversores, y las bodegas de nueva planta, diseñadas por arquitectos de prestigio internacional como Norman Foster (Bodegas Portia, Burgos) o Santiago Calatrava (Bodegas Ysios, Álava).
Dichas bodegas se emplazan en lugares secos y soleados, cuyo suelo, preferentemente formado por depósitos aluviales, debe permitir el drenaje correcto del agua para evitar las inundaciones. Por eso, resultan muy demandadas las tierras junto a los ríos Ebro y Duero, caudalosos respecto a los demás ríos españoles, protegidos además por grandes terrazas que evitan las inundaciones, como en tierras de Peñafiel.
A las viñas no les sienta bien el exceso de agua, por lo que también son adecuados los suelos arcillosos, muy comunes en la Rioja. Por último, tenemos los suelos arenosos, allí donde surgen vides en Galicia, capaces de filtrar las abundantes lluvias del norte y evitar así ahogar las viñas.
UN PASEO POR LOS VIÑEDOS
Las bodegas se encuentran rodeadas de viñedos, en una disposición ordenada entre el terreno dedicado al cultivo y las labores de cosecha heredada de las antiguas villae romanas. Todo lo que rodea al vino se encuentra imbuido de tradición, incluidos los árboles que dan sombra a las viñas.
En las bodegas podemos encontrar olivos, mencionados en la Biblia como parte de las primeras plantas que, junto a la vid y el enebro, surgieron en la Tierra tras el Diluvio Universal. La paloma blanca volvió al arca con una ramita de olivo, y Noé puede considerarse el primer viticultor, primer bodeguero y también primer borracho de la Humanidad (Génesis 9:20).
Lo que no imaginaba el profeta bíblico es que comenzaría todo un oficio: la viticultura. Un arte que comienza a vislumbrarse mientras se pasea entre las ordenadas filas de viñas que pueblan los terrenos que rodean la bodega.